MTE: Salomón Bárcenas Bárcenas. Coordinador de Lic. en Arquitectura
El profesor Fanfanotti, suele levantarse temprano para arreglarse y acudir al trabajo con el previo filtro de un recorrido entre vehículos, tascos de tráfico, contaminación y una avalancha de noticias de todo tipo en la radio. Las vociferaciones, cláxones, tensión por pasar pronto, terminan minando un poco o mucho su ánimo. Al llegar a la escuela, regularmente a tiempo pero con poco margen, siente un alivio que rápidamente se sustituye por la adrenalina de la primera clase. ¿El cable funcionará correctamente, mi computadora?, ¿Cómo va a funcionar mi dinámica innovadora?, ¿traje las listas?, ¿cuántas horas de clase tengo hoy?, mi lunch?, ¿vengo correctamente vestido?, porque el otro día traje calcetines en color diferente. Por fin entra en el salón y la escena dentro, es un grupo de tres chicas alrededor de una cuarta que está llorando con coraje, la trataron de asaltar al llegar a la escuela. Los estudiantes están tensos, ¿si hubieran sido ellos?. Con la mirada le indican cierta indisposición a seguir su clase. Les indica a la chicas que acudan al servicio psicológico para buscar apoyo, o cuando menos el tutor de grupo, y trata de iniciar su trabajo, pero los chicos no quieren leer, decide platicar con ellos del acontecimiento y cómo lo mira cada uno de ellos.

La sociedad actual parece orillarnos cada vez más a una vorágine de cambios que nos generan incertidumbre, ¿de dónde asirme para actuar ante ese vértigo?. Si bien los grandes relatos, los mitos, las creencias que antes nos daban un punto de apoyo, parecen haberse desvanecido, la sensación de incertidumbre proviene precisamente de esa sensación de estar en el aire mientras las cosas pasan alrededor, de no estar en a tierra totalmente. Sin embargo la realidad nos increpa constantemente, y nos solicita la actuación ante los hechos. El profesor Fanfanotti presenció la necesidad de una estudiante que fue víctima de un ambiente intimidante, y sintió la presencia de esa posibilidad en su trayecto: él puede ser también víctima, ¿cómo actuar de forma que se brinde protección a la estudiante y sus compañeros, así como el dominio de la incertidumbre en el profesor para verse con fortaleza frente al resto del grupo?. Y aparte está la incertidumbre de los jóvenes ante la utilidad de la escuela en sus vidas, del qué será en el futuro, quizá de la existencia de una visión retro-tópica.

Marcelino vivió en una posguerra, en un mundo destruido y necesitado de reconstrucción, y en ese ambiente, con valentía, se decidió por educar y amar a los más necesitados. En este tiempo, estamos lo que para varios es una posguerra, la vivencia de la covid1 19, con el aislamiento ante un enemigo que está fuera de casa y nos amenaza, en cierta forma (no tan violentamente radical), como un bombardeo de la segunda guerra mundial o de Vietnam. Seguimos con temor al enemigo y para autores como el italiano Agamben aceptamos perder la libertad volviendo obligatorio ser saludable, y con ello la visión del que el otro porta al enemigo: incertidumbre sobre el otro y su actuar. Ciertas condiciones actuales, guardan similitud con la vivencia de Champagnat.
Champagnat funda su carisma fortaleciendo un espíritu de familia, con un significado profundo: se acoge calurosamente, se respeta a todos en su forma de ser, y se corrige fraternalmente. Si los profesores vivimos la incertidumbre, imaginemos los estudiantes, lo que viven en su núcleo familiar, en su entorno, en su círculo de amistades, en su grupo escolar, en su mundo íntimo. La creación de una escuela en dónde se sienten acogidos profesores y estudiantes, es un oasis en el desierto de atención a lo humano. El respeto en sus formas de expresión, en el diálogo de sus ideas distintas, en reconocer sus sueños y esperanzas y su falta de ellos, o la falta de guía para visionarlos, es justo reconocer al otro como parte de esta familia educativa. Si la institución educativa es de las pocas que sobreviven como baluartes de valores, el hecho de que los jóvenes acudan a ella nos habla de la necesidad que tienen de puntos de apoyo, de formas de pensar alternativa a la vorágine y de lugares de reflexión e intercambio de ideas que permitan misionar el mundo, convertirlo en lugar para el desarrollo de una misión propia. La falla, el error, como elemento de la condición de humanos, se acepta y perdona, acompañada con la orientación para corregir, no como imposición de una forma de actuación sino como el despertar la propia reflexión para ubicarse en el mundo de la vida y mejorar las condiciones de existencia individual y compartida. La espiritualidad de la familia, como núcleo de motivación de la actuación en el aula y escuela, fortalece el tejido de las relaciones personales y a las personas mismas, y conforman un sitio de referencia que puede replicarse en la sociedad y en el mundo del profesor y estudiante.

Marcelino Champagnat vivió con sencillez, humildad y modestia, tanto en el sentido de la frugalidad que fortalece el espíritu, como en el sentido del establecimiento de una relación auténtica entre personas y grupos de personas. El centro de la actividad docente es el estudiante, lo mismo que para la escuela, y sin importar la comprensión individual de educación, todo concepto inicia y termina en la relación profesor y estudiante. El establecer esta relación de una forma auténtica significa que no se tiene un doble sentido ni se espera aprovechar o tener ventaja, simplemente dejar que fluya la personalidad de cada uno como proceso que educa: transmite, construye, potencia y extrae de dentro de sujeto mientras se le guía (sentido de educare y educere). La humildad como reconocer que no hay necesidad de alardear ni de conocimiento un de posturas, eso no enriquece la relación humana. Igual implica el valor de reconocer cuando hay equívoco y aprender a corregir, sin que el orgullo no deje ciegos. Finalmente la modestia como la enseñanza de reconocer el logro en su justa dimensión, sin despreciarlo no sobrevalorarlo. Todos estamos en camino de búsqueda toda la vida, y estas virtudes son una guía para quitar muchas de las fuentes de incertidumbre que la cultura de consumo e individualismo tiende a imponer como valores.
Marcelino hizo las cosas con amor al trabajo y un sentido práctico. Así logró construir su obra con los recursos disponibles: con tesón, constancia, resiliencia, volver a comenzar y no rendirse. El sentido práctico lleva a tener claro lo que tiene que lograr y a dejar de lado lo que es accesorio o inútil, desde cosas materiales, hasta preocupaciones o actitudes. Las impresiones de un mundo cambiante, las expectativas sociales se convierten en exigencias que perturban la apreciación de la realidad. El amor al trabajo y el espíritu práctico, nos proporciona herramientas para compartir con los estudiantes y afrontar eficientemente la identificación y eliminación de ciertas fuentes de incertidumbre que provienen de dicha cultura. Ser constantes, persistentes en el logro de una meta, desarrolla competencias que dan integralidad al perfil del estudiante y muchas cosas se pueden lograr con estas características. El mismo padre fundador tuvo fracasos en sus estudios que de no haberlos afrontado con persistencia y constancia, no hubiera logrado esta obra Marista. Enseñar la resiliencia, el estar constante en el esfuerzo, enfocarse y quitar lo accesorio, brindará una plataforma de actitudes y destrezas para enfrentar el mundo en constante cambio.
Champagnat realizó toda su obra con un modelo en mente; María. Como madre, educó y brindó un espacio familiar Jesús, le condujo para que con libertad, eligiera su camino de vida. Los rasgos de María, tienen valor de referencia para nosotros como educadores. El rostro maternal se hace presente en nuestra institución en nuestras actitudes, modos de conducirnos, lo que hacemos con los estudiantes o sin los estudiantes y hasta en la motivación que demostramos al hacer nuestro diario trabajo. Actuar sin prejuicios, sin juzgar, con cariño, escuchando, permitiendo la expresión, ser acogedores, misericordiosos, corregir con cuidado, conforman eso que la gran mayoría de las madres hacen instintivamente con sus hijos. Tratemos a los estudiantes como si fueran, en alguna forma, nuestros hijos: quieren compañía que guie, sea fortaleza, ejemplo, luz, esperanza y vida a dónde acudir ante las sombras y luces de estos tiempos.
En resumen, pensemos en los estudiantes. Preparémonos para lo incierto, lo inédito en las clases, en los cambios en la diferentes generaciones que nos llegan (traen otro chip, solemos decir), y fundamentemos nuestra labor educativa en la relación con ellos. La satisfacción de hacerlo es grande, hagamos con amor nuestro trabajo y con humildad y modestia aceptemos sus frutos. Los beneficios serán para todas y todos: el carisma Marista, no da una guía, que con un sentido práctico, podemos aprovechar y compartir.